domingo, 20 de diciembre de 2009
Tal vez en muchas ocasiones, cuando algo se termina, uno se queda con la sensación de que hay algo más por hacer, que quizás todavía nos quedan algunas cosas que salvar o rescatar. Añoramos tanto eso que vivimos que queremos que no concluya. Buscamos las mil formas, pensamos constantemente, creamos mil salidas hasta que por fin un día nos damos cuenta de que realmente esa etapa o esa relación o eso que deseamos se terminó. Y nos invade la sensación de dolor, ese dolor intenso que te llega al medio del alma, que nos pide a gritos al oído que des vuelta la página, que sigas con tu vida porque así no podes más. Hacemos nuestro duelo; ese período en el que no encontrás el rumbo de tu vida, te sentís perdida, sin salida, en lo único que podes pensar es en lo que podrías haber hecho y no hiciste para retener ese pasado. Y nos invaden las culpas, pensando, podría haber sido diferente si no hubiese hecho esto. Pero, ¿de qué nos sirve la culpa? El pasado no se puede cambiar, lo hecho ... Hecho está y no hay nada más que hacer, más que tratar de no hacerlo una próxima vez. Y así es como cerramos un capítulo más de nuestra historia, cerramos la puerta de una memoria y nos aferramos a la idea de que otra posibilidad u otra oportunidad se abrirá para nosotros.
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