domingo, 3 de enero de 2010
Cosas que puedes conservar tú: Los silencios. Aquellos besos tibios y emponzoñados, cuyo ingrediente principal era la rutina. El sabor acre de los insultos y reproches. La sensación de angustia al estirar la mano por la noche para descubrir que tu lado de la cama estaba vacío. Las náuseas que trepaban por mi garganta cada vez que notaba un olor extraño en tu ropa. El cosquilleo de mi sangre pudriéndose cada vez que te encerrabas en el baño a hablar por teléfono con ella. Las lágrimas que me tragué cuando descubrí aquel arañazo ajeno en tu cuello. Juan y Catalina, los nombres que nos gustaban para los hijos que nunca llegamos a tener.
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