martes, 1 de diciembre de 2009
“Lo siento”. No podía escucharlo, prefería ensordecer antes que escucharlo pedirme perdón por no amarme. No quería que me viera así, empapada en llanto, en agua pero no salada, en agua dulce desperdiciada. No quise ver más, aparte de sorda ahora era ciega. Mis extremidades comenzaban a congelarse, como mi corazón, sin sustento, sin vida, ya sin nada.
No sentí más nada. Había un silencio devastador, un silencio que lo decía todo, que escondía palabras (tantas palabras), un silencio y una ausencia, un silencio y el ruido del mar golpeando contra las rocas, el mar enfurecido, entristecido y las rocas tristes, sin poder defenderse dejaban que las azotaran por no hacer nada.
Era fácil comprender que ahora cada uno tenía que seguir su camino por separado…
Mis rodillas se acurrucaron contra mi pecho y mi cabeza se reposo sobre ellas y llore, llore por desgracia, llore por esperanza, llore por desamor, llore por tristeza y por realidad. Ya no sentía mas su respiración tranquila con un dejo de vida, se había ido.
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