martes, 1 de diciembre de 2009
Me quedé mirandolo, como una tonta, para entenderle, para que me dijese la verdad pero su silencio me aturdía. Tenía ganas de pegarle, de gritarle, me daba impotencia que fuese así de cruel e injusto conmigo. Quería creer que había algo importante, que quedaría (a pesar de todo) un pedacito de mí en él pero bien sé que con el tiempo el me olvidaría y posiblemente yo a él. Es y siempre fue inevitable. O mejor dicho, no lo suficientemente evitable.
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