sábado, 26 de diciembre de 2009
Te esperaré, sé que estás ahí, lo presiento, y aunque te busco y no te encuentro, sé que existes más allá, donde aún no he llegado; este amor tan intenso que guardo debe tener destinatario, me niego a desechar ese anhelo que llena mis días, que desvela mis noches; te imagino cerca o lejos, expectante y perdido, sin hallarme ni en el espacio ni en el tiempo, y te envío mi enclave con el viento en suspiro. Sé que no me escuchas, pero puede que me sientas como yo te siento. En qué dirección lanzar a la brisa mi llamada, por si la oyes. A veces, frente al mar, te percibo en las olas y en las caracolas que la marea remansa en calma orilla tras noche de galerna, y ese batir de espuma en los acantilados me trae tu voz que clama por ser mi sal y mi arena, verbo que recala en la gruta de mi pena. Te respondo en grito de silencio, se devuelve el eco rebotado en eterno resonarse, y oteo el horizonte, mi mirada navegando mar adentro; aterido está mi corazón sin tu presencia, los ojos secos de tanto llorarte; pero resistiré los embates de mi infierno, sobreviviré a ausencias y lamentos hasta que los dioses de nosotros se apiaden o hasta que el azar nos redima nuestro duelo. Nunca será tarde, amor, para tocar el cielo.
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