sábado, 19 de diciembre de 2009
Quiero que mi vida sea de ésas que se inmortalizan en un libro, o en una película (quién no ha soñado alguna vez con ello) . Pero creo que si fuese un libro, no sería un bestseller o, si fuese un filme, no sería de grandes efectos especiales, no. Si tuviese que escribir sobre mi vida, ésta sería la unión de muchas historias de la vida cotidina, de los pequeños milagros diarios, como a mí me gusta llamarlo. Quizá no haya hecho nada para cambiar el mundo, pero todos tenemos algo que contar, algo que nos gustaría dejar para la posteridad, para que cuando nuestro cuerpo se haya convertido en mil partículas volátiles, alguien nos recuerde. Es por ello que las palabras son una manera de hacernos eternos, de no caer en el olvido. Me gustaría que en el libro de mi vida se hablase tanto de aciertos como de mis fallos y mis errores. De mis virtudes y mis defectos, de mis alegrías y mis penas, de mis manías y mis gustos. En resumen, de mi condición de humano y por tanto, de la imperfección que eso conlleva. Que quise con locura, que alguna vez me quisieron. Que me rompieron el corazón en más de una ocasión, que hice mil y una locuras por amor. Que todavía tengo espinitas clavadas y probablemente nunca me desprenda de ellas. Que si no vuelve, nunca fue tuyo, y que si vuelve, es tuyo para siempre. De lo que pudo y no pudo ser. De porqué te marchaste. De las cosas que nunca te dije y de que nunca te olvidaré. De si alguna vez piensas en mí. De si retrocediese en el tiempo, haría las cosas de otra manera y nos daríamos otra oportunidad. Que así es la vida, con su cara y su cruz.
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