jueves, 24 de diciembre de 2009
Hay veces que preferiría no escuchar tu voz en el preciso instante en que cierro los ojos. Resulta incluso molesto. Pero cada vez que me encierro en mi mundo, inevitablemente te haces presente. Sin invitación y sin avisar. Hay veces que preferiría haberte dado mucho menos. Mucho menos. ¡Es tan triste suponer que perdí el tiempo a tu lado! Aunque perder el tiempo sea tan relativo. ¿Se pierde el tiempo? Puesto en esas palabras parece algo que se posee, cuando sé, (¡claro que lo sé!) que es intangible. Hay veces que preferiría que no haya ni canciones ni palabras que te traigan a mi cabeza. Es más, podría decirte que llegan a desacomodar mi equilibrio. Equilibrio hecho a fuerza de golpes, pero equilibrio al fin. No por nada es el que hoy me está manteniendo en pie. Pero no. Resulta que reincidís y me doy cuenta que estoy hecha de recuerdos, que se clavan en mí y destilan veneno. Recuerdos que son tan inevitables como dolorosos, que no logran abandonarme. Si tuviese que pedir un deseo, pediría que no hubieses siquiera existido. Porque lo que existe, deja una marca, por imperceptible que parezca. Y lo que marca, no se borra más.
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