jueves, 17 de diciembre de 2009
· Justo apareciste cuando todo me sale mal y quizás podamos festejar esta casualidad.
Sé que vas a tener la misma cara de siempre. No moverás un músculo que te delate. Y vendrá primero la extrañeza, luego la rabia por desconfiar de tí, la indiferencia que manejas tan bien, callado y distante. Luego la sonrisa, la cercanía. Y tengo miedo de volver a perdonarte. De volver a creer. De volver a caer. Y lloro. Lloro porque me duele. Lloro porque te da lo mismo. Porque después vas a abrazarme, a buscarme los ojos, a sacarme una sonrisa, mientras prometes otra vez la misma cosa. Y te pido agua. Y voy al baño a sonarme la nariz, y arreglarme el rimel corrido, y al lado del espejo veo su ropa, sé que ella está ahí. Ella sabe que soy yo, la que se baja del bus, la que camina segura hasta tu casa, a tocar el timbre, y que te ve, cuando apareces en la puerta, con los brazos abiertos y la sonrisa de siempre, dándome la bienvenida.
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