viernes, 18 de diciembre de 2009
Fuimos a tomar el té, a meditar, a exiliarnos, a conversar con los rostros que se reflejaban en el río, en el río que hacían las lágrimas que ambas derramamos. No es la primera vez que dices que no, ni la segunda, ni la tercera. En realidad, ya perdí la cuenta. Te pedí que huyeras, te execré de mi vida, de di boleto de ida sin vuelta, te supliqué, te rogué, pero eres sorda, ciega, y tal vez un poco intrusa, siempre apareces cuando no te llamo. No entiendes que no es necesaria tu compañía. Pero como le explicas eso a la soledad, como le dices que no necesitas de su compañía cuando en realidad es tu sombra, cuando se diluye en un blues, en un café, en un beso perdido a la almohada en medio de la madrugada. Cuando se convierte en una nube de paso que no deja volver al sol. ¿Qué palabras utilizas? Para no hacerle daño, para que no llore como tu lloraste cuando lo dejaste partir y ella, muy amablemente acepto ser tu compañía. Aún sabiendo que no la querías, aún sabiendo que mentías.
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