lunes, 1 de marzo de 2010
-Las luces de la cuidad atravesaban mi pelo, reflejando en él millones de ocultos y minuciosos sentimientos. Tu rostro se escondía bajo las señales que enviaba el cielo, al mismo tiempo que tu risa refrescaba mis recuerdos. Ahora ya nada valía, ya nada importaba, porque andaba sumida en un millón de incurables cicatrices tatuadas en lo más profundo de mi pecho-
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